viernes, 6 de noviembre de 2009

HISTORIAS DE UN MOJADO.- Por un emigrado mexicano desde los E.U.

LO NEGRO DE LOS NEGROS
...ME HIZO FALTA UN KU KLUX KLAN


Por Juan Gaspar
Ofuscado y distraído por ir mascullando hasta de lo que se iba a morir el negrote cambujas, no me di cuenta que me internaba en área peligrosa, al menos así se veía, por lo jodido del lugar, y así se sentía. O sólo que fueran mis nervios crispados por aquel gruñón. Había venido a dar de lleno, como dice el filósofo Chente Fernández, a lo peor de la vida.
Las costumbres de los afroamericanos y sus expresiones provocan el rechazo de otros grupos o razas. Son en su mayoría gente hosca, uraña, delicados, engreídos, abusivos, problemáticos y bravucones.
Con paso meneado traté de retacharme empujando el vocinglero carro de las campanuelas, ding dong, ding dong, negro de mi alma, ¿quere paleta? Agarré un caminadito y puse mirada como de: qué te trais, guatsa bro (wath is a happening, my brother) qué pasa, mi hermano. Que tú le digas hermano a un negrito es como decirle papi, papiringo. Entre ellos sí se pueden gritar: negrooo, con toda la andanada de insultos que puedan anexar.
En los barrios de la negrería amolada hay muchos paisanos que compraron casa a bajo precio, pero la verdad esos patones gigantes de ébano a mí me dan cuscús.
Viven en el peor hacinamiento, en malolientes barriadas, olor a orines, cerveza, mota ardiendo. Atmósfera de crimen.
El sur en su mayoría es sucio, por los hábitos de la gente y el descuido de las autoridades.
La inmigración africana crece atraída por el olor del billullo verde. Huyen de las guerras civiles de sus países, donde se pelean a garrotazo y machetazo limpio. Acá con suerte, inteligencia y capital político, pueden llegar a ser como Barak Obama y vivir en la White House, cuyo nombre contrasta con su actual inquilino.
Iba yo escurrido como gamo. Más hubiera querido ser vendedor de seguros de vida, y venderme uno. Pero en menos de que lo pienso una banda de negros me detuvo poniendo sus patotas en el carrito y mostrándome sus blancas mazorcas, riendo como lo saben hacer.
Empezaron a hacer payasadas, a bailar en torno a mí, sin dejar de reír y hacer bromas ininteligibles. Ahora pienso que sólo jugueteaban, pero yo entré en pavor y quedé rígido, mudo, con la mente nublada. Luego se fueron retirando, guaguareando en su idioma que ni es gringo ni es africano. En realidad poco es lo que se les entiende, aún sabiendo inglés.
Yo corrí a todo lo que daba el vehículo, y por voltear a ver si no me seguían me desvié y choqué con un poste, rodé y toda la mercancía se tiró del carrito llantas arriba, como igual, tronera al aire me encontraba yo mareado por el porrazo.
Me levanté con la sensación de ser un cobarde. Aquello me pasaba por dejarme dominar por el miedo a la fama que esos negros se han creado, lo que me orillaba a desearles que el Ku klux klan se los tragara.
Cuando llegué a la empresa a entregar el carro y expliqué lo del accidente, los patrones, muy comprensivos y humanitarios, me dijeron que no me preocupara, que ya me irían descontando la pérdida. ¡En la torre! Haber si no me crecía la deuda como en las tiendas de raya.
Pero, al mal tiempo buena cara, salí rumbo a mi cantón sin un peny pero feliz de seguir con vida. Y tan contento me sentía que iba meneándome como negro y canturreando: “¡Mama qué será lo que quiere el negro…!”

1 comentario:

saiz dijo...

Sólo para decir que sigo con interés la narración y espero que el autor tenga otras vivencias, menos tristes, que contarnos. Ojalá.